Nota del editor: Esta serie de blogs de dos partes es una breve mirada personal al trayecto de un solicitante de asilo en los Estados Unidos. Fue escrita por Adrián Rodríguez Alcántara, demandante en la demanda colectiva de la ACLU of San Diego & Imperial Counties, Rodríguez Alcántara v. Archambeault.
Mi nombre es Adrián Rodríguez Alcántara y soy originario de Cuba. Mi pareja Yasmani y yo somos gay y yo padezco de VIH. Desafortunadamente Cuba es un lugar peligroso para personas como nosotros y en octubre 2018 tomamos la difícil decisión de huir de nuestro hogar, país, y nuestras familias en búsqueda de paz y seguridad.
Como Yasmani y yo hay muchos quienes han puesto sus vidas en peligro para buscar protección en los Estados Unidos. Dejar a todo lo conocido atrás, solo para enfrentarse con riesgo tras riesgo, no es fácil; solo se hace por necesidad.
Cuando salimos de Cuba, no sabíamos lo que nos esperaba; nunca habíamos salido de nuestro país, y contábamos con recursos limitados. En una ocasión mientras atravesábamos Guyana en Sudamerica en autobús, después de varias horas en viaje, llegamos a una parada militar. Seis oficiales en uniforme con armas y chalecos de protección bajaron a todos los pasajeros--otras personas migrantes--del camión y nos extorsionaron. Nos obligaron a quitarnos la ropa y nos amenazaron. Con pena y mucho miedo soltamos nuestro dinero y nuestras pertenencias. Vi que a otra mujer la obligaron a agacharse mientras encuerada y un oficial metió su mano en sus partes íntimas para sacar el dinero que tenía escondido. Cuando consiguieron todo lo que pudieron, nos regresaron al camión y continuamos nuestro viaje.
Atravesamos Brasil y luego Perú. En una ocasión en Perú, Yasmani y yo estábamos en un taxi cuando se montó un hombre vestido en ropa de civil y armado. Nos preguntó de donde éramos, pero no le contestamos por temor. Aparecieron tres carros a nuestro alrededor, uno de ellos era una patrulla de policía peruana. Oficiales salieron de la patrulla, nos sacaron del taxi y nos llevaron a una calle cerca fuera de la avenida principal. Les suplicamos que no nos lastimaran, pero no les afectaron nuestras lágrimas y temor. Les dimos nuestro dinero y nos soltaron, pero el terror no lo pude soltar. Esa caminata de solo una o dos cuadras hacia la calle principal se me hizo eterna. Estaba seguro de que nos iban a disparar en las espaldas. Pensé en mi mama, quien falleció hace unos años, y le pedí a su espíritu que nos protegiera.
Sin otra opción más que continuar, cruzamos país tras país hasta llegar a la cuidad de Necoclí en la punta más noroeste de Colombia. De ahí salen lanchas para entrar a la Selva del Darién, una selva remota, sin carreteras entre Panama y Colombia.
Muchas personas esperaban su turno en lancha; Yasmani y yo esperamos días para entrar a la selva peligrosa. Dentro de la selva pasamos los días subiendo y bajando montañas enormes sin comida y muy poca agua.
Usamos botas altas y camisas de manga larga para evitar el lodo, agua, y los insectos. De tanto cansancio y poco sustento, hasta la ropa que teníamos puesta se sentía pesada. Pero no importaba que cansados estábamos, no podíamos parar. En las noches no podíamos tener ninguna luz prendida para no llamar la atención de los animales de la selva, anacondas, cocodrilos y monos. Dormíamos pegaditos al rio porque era el lugar más seguro aun con los animales en el agua, pero con mucho cuidado de no ahogarnos si subía la marea en la madrugada.
Cruzamos la selva con muchas personas también huyendo de sus diferentes países. Juntos, nos guiábamos por las pertenencias abandonadas por otros migrantes. Pasamos siete días dentro de la Selva del Darién.
Llegamos a Panamá donde estuvimos en varios campamentos para migrantes. Después atravesamos Centro América y México hasta llegar a Tijuana en julio 2019. Habíamos atravesado 12 países en total y sentí la fatiga de haber recorrido tantos países.
Al llegar un amigo nos explicó que había una famosa “lista" en la cual nos teníamos que apuntar para esperar nuestro turno para pedir asilo en los Estados Unidos. Nos apuntamos en la lista el día 19 de Julio del 2019 en frente de la puerto de entrada en San Ysidro. Apenas llamaban los números de 2600, y nosotros teníamos el número 3702. Sabiamos que entrar a los Estados Unidos a pedir asilo no seria facil, pero no nos habiamos imaginado ser obligados a esperar en Mexico, donde tambien nos encontramos en condiciones peligrosas.
Durante ese tiempo, asistimos a talleres de asistencia legal. Ahí, hable con una abogada voluntaria llamada Erin Barbato, la directora de la clínica legal de justicia para inmigrantes de la Universidad de Wisconsin. Le conté nuestra historia con la esperanza de que ella pudiera tomar nuestros casos de asilo. Unos meses después, Erin confirmó que nos representaría en nuestros casos de inmigración, lo cual fue un gran alivio.
Durante nuestro tiempo en Tijuana, no pudimos avanzar nuestro caso ni trabajar. Nuestras vidas estaban en pausa, solo esperando poder pedir protección en los Estados Unidos. Sentíamos frustración, confusión, y miedo. ¿Por qué nos hacían esto si somos personas de grandes corazones? ¿Que no sabían que habíamos dejado todo atrás en búsqueda de nada mas que paz y seguridad?
Superamos lo imposible solo para llegar a las puertas de los Estados Unidos, sin saber que al llegar nos dirían que, por lo pronto, estaban cerradas para nosotros.
Esperamos seis meses en Tijuana antes de que llamaran nuestro número de la lista en el 15 de enero, 2020, pero nuestro viaje no termino ahí.